El whisky escocés es la expresión de un saber hacer secular y de los aromas que emanan de la tierra.
Es también el fiel reflejo del alma escocesa. Desde Glasgow hasta Inverness, el valor de compartir está profundamente arraigado en esta cultura.
Para convencerse de ello, basta simplemente con asistir a una ceilidh (pronunciarse como keï-li), una fiesta tradicional gaélica en la que amigos y vecinos se reúnen y bailan al son del violín, la flauta o la guitarra. El bullicio de las conversaciones queda entrecortado por las danzas que se suceden a un ritmo frenético. Y no hay que olvidar la presencia indispensable de los típicos tartanes para que cualquier ceilidh resulte todo un éxito.
La pasión es el motor que mueve Escocia a producir un excelente whisky. Y el resultado de esta pasión es la extraordinaria sutileza de sus aromas. El whisky es en esencia una bebida tradicional.
Como pilar fundamental de la cultura escocesa, sus cualidades son objeto de amistosos pero apasionados debates. Sus notas turbadas, ahumadas o herbáceas tiñen de recuerdos los momentos más selectos. Generoso y rico en sabores, el whisky escocés sintetiza la esencia del espíritu escocés.
