Los escoceses afirman que cada whisky tiene su propia personalidad.
Sin embargo, los whiskys procedentes de las cinco zonas productoras presentan ciertos rasgos similares.
Como no podía ser de otro modo. Los whiskys escoceses llevan la impronta de su territorio, desde los relieves abruptos de la isla de Skye hasta las fértiles llanuras de Speyside. El paisaje, la tierra y el tiempo dejan su huella en cada etapa de la elaboración.
La lluvia que cae con regularidad, garantiza el aprovisionamiento constante de agua; materia prima ineludible en la producción de whisky.
Las tierras, fértiles, permiten a los hombres cultivar una cebada generosa, que luego se transforma gracias al buen hacer de las destilerías escocesas.
Y, por último, el clima, entre un suave verano y un moderado invierno, acompaña sin estridencias al whisky en su lento proceso de maduración. Los ángeles también tiene su parte de responsabilidad en estas barricas adormecidas.
El paso del tiempo potencia los aromas y suaviza el oro precioso de los escoceses. Fuerte y suave, así es el carácter del whisky escocés.
